martes, 19 de mayo de 2009

La palabra justa



La tarde no había terminado todavía, a pesar de que la noche cubría ya sus ojos y sus párpados pesados se desplomaban al compás de una música ochentosa. Sin almuerzo en su lánguido cuerpo la mujer se convertía en robot. Tocaba timbre, tocaba bocina. El día seguía sin descanso, sin café, sin charla. Con dolor, los brazos, las piernas y el alma.

Comentarios que deberían ser fuente de alegría eran terribles filos clavándose en un minuto. Eterno minuto, y sin embargo tan escaso para disparar una flecha de ira, de desamparo y dar en el blanco indefenso del ataque artero y certero. El boomerang de lo que no debió ser, volvía en una verdad, de esas que dicen los chicos. Y que nosotros no queremos ver, pero miramos, y sabemos que están allí agazapadas. Por más que las escondamos, que las disfracemos, esas verdades ESTAN Y SON.

-Mami estás amargada

-No, estoy cansada

-A mí me parece que tenés mala onda, siempre enojada.

-Y por qué no vas con papá a comprar las cosas para tu escuela?

-Porque vivo con vos, y cuando estoy en la casa de papi voy a disfrutar.